Entrevista a Francisco Sazo. “Diálogos de un docente”

Entrevista a Francisco Sazo. “Diálogos de un docente”

 

¿Cómo llegó a trabajar al Mackay?

Llegué al Colegio Mackay gracias a un amigo que sabía que yo era profesor de filosofía. Había  una vacante en la asignatura, y él  me instó a que me presentara para ocupar el cargo. Esto fue a fines de los años ochenta.

 

¿Cuál fue su experiencia del paso por el colegio?

Debo decir que tuve la suerte y el privilegio de trabajar junto a un grupo de profesoras y profesores magníficos. Fueron colegas que  recuerdo con emoción, manteniendo aún con algunos de ellos  lazos de profunda admiración y amistad.

 

¿Algún recuerdo que quiera compartir?

Cuando se estaba construyendo el gimnasio, en la faena de comenzar a poner los cimientos, apareció de pronto, ante la mirada de los obreros, un sitio que daba cuenta de un poblamiento antrópico muy antiguo—cerámicas diversas, restos de conchas, cráneos, etc.—que los arqueólogos fecharon como perteneciente, según nos contaron, a las culturas que habitaron esta zona—picunche-inca-aconcagua… Recuerdo que fue todo un acontecimiento, un remezón, un regalo para alumnos y profesores. que asomados a este pozo, podíamos por un instante, compartir las existencias de nuestros primeros padres. Siempre he pensado que fue como un regalo, un mensaje de otro tiempo, una donación especial para reflexionar los tópicos que encierra la filosofía, la antropología y la historia.

 

¿Cómo cree que impactó en lo pedagógico a sus alumnos?

Me encantaría saber, después de tantos años, cómo fueron las clases, cómo transcurrieron las sesiones. Recuerdo que hasta jugué fútbol, en esos memorables partidos entre alumnos y profesores. ¿Si acaso tuve un impacto pedagógico? Espero que sí, son los alumnos los que tienen que tratar de responder.

 

Usted los hacía reflexionar sobre situaciones muchas veces cotidianas, a partir de lo cual son muchos los ex alumnos que lo recuerdan con cariño, ¿qué mensaje les mandaría a ellos?

 

Esta pregunta me sobrecoge. Les diría respetuosamente que no olvidaran nunca la capacidad de conmover y conmoverse, y que recojan el espíritu del rugby que allí aprendí junto a ellos, que requiere, entre muchas otras cosas, más que la estratagema, o el triunfo aleve, la llama del respeto de todos para todos, pues no estamos solos. La racionalidad necesaria no puede ocultar a la creación constante, a la utopía poética, al cuidado de sí y de los otros, en la magnánima tarea de acoger a la esquiva verdad, a la justicia.

 

¿Qué significó para usted su experiencia como docente?

Mi experiencia como docente en el Mackay y en otros establecimientos, se ha constituido justamente en mi vida. Se trata de una aventura que solo termina al morir, cuando uno se retira definitivamente y las voces, las pisadas y el vocerío de juegos y palabras, son un eco distante, un maravilloso espejismo, una vibración en el tañido del espíritu.

 

¿Qué aprendizajes obtuvo usted de sus alumnos?

De mis alumnos aprendí de todo: el humor, la sabiduría, las oposiciones, las historias en común y las particulares, su lealtad a toda prueba, su inconmensurable bondad, su crítica fundada, la búsqueda de un estilo de existencia, la amistad, la emoción, el dolor y la alegría, el escuchar, la comprensión, el diálogo valiente y la mano tendida.

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